Proponemos la lectura de
otro interesante artículo sobre inteligencia emocional.
La inteligencia emocional: la estructura
de nuestras emociones
Desde que en la última década del siglo pasado saliera a la
luz el libro de David Goleman, best seller mundial, se popularizó rápidamente
el término «Inteligencia Emocional», acuñado años antes por Peter Salovey y
John Mayer, dos psicólogos de la
Universidad de Yale. El trabajo de Goleman, prestigioso
psicólogo y redactor científico, no fue más que la punta del iceberg de cientos
de trabajos que científicos e investigadores de varias universidades llevaban
años realizando y que quedan resumidos en la obra de Goleman…
¿A qué llamamos Inteligencia emocional? Si bien es difícil de
definir en una frase, podríamos decir que es la capacidad que tiene todo ser
humano de sentir, entender, controlar y modificar nuestros estados de ánimo y
los de los demás. Y aunque nos parezca mentira, se habían dejado de lado hasta
hace bien poco, las investigaciones sobre estos estados de ánimo o emociones
(miedo, valor, esperanza, desesperanza, alegría, tristeza, amor, odio, etc.),
que aun siendo una realidad cotidiana, se trataba del «gran continente
inexplorado de la psicología científica». Es decir, que hasta que
los científicos no han podido ver una relación fisiológica y han podido
cartografiar los centros emocionales del cerebro, no se han atrevido a enfocar
algo que es una realidad vivencial desde que el hombre es hombre.
Anteriormente, se solían sobre valorar los aspectos
puramente racionales del ser humano, en concreto el llamado Coeficiente de
Inteligencia (C.I.), creyendo que el que poseía un elevado C.I. tenía carta
blanca para triunfar en los estudios, en la vida profesional y en lo que se
propusiera. Los trabajos publicados por Howard Gardner rompen el monopolio del
C.I. como condicionante del éxito en la vida, describiendo al menos seis
inteligencias intrínsecas a la psique, que intervienen en la consecución de las
metas que nos proponemos: dos tipos de inteligencia académica, la capacidad
verbal y aptitud lógico-matemática; la capacidad espacial (propia de
arquitectos y artistas); el talento kinestésico (dominio psicomotriz) y dos
inteligencias personales, la interpersonal y la intrapsíquica; estas dos
últimas forman parte de la Inteligencia Emocional.
Posteriormente, la investigación realizada a nivel
mundial por The Consortium for Research on Emotional Intelligence in
Organizations, publicó un sorprendente resumen de un estudio para averiguar
las capacidades que influyen en el éxito: un 23% se debe a nuestras capacidades
intelectuales y un 77% a nuestras aptitudes emocionales. Estos y otros estudios
nos llaman la atención sobre un punto: ¿qué elementos de nuestra psique son más
relevantes en los momentos cruciales de nuestra vida? Y la respuesta apunta a
que en los momentos donde se nos pone a prueba, como situaciones de riesgo,
creación de una empresa o una familia, relación de pareja, una pérdida
irreparable, una mala noticia, un accidente, un estrepitoso fracaso, etc., es
la respuesta emocional la que nos permite superarlo o hundirnos, y no tanto la
racional ¿Cuántas veces hemos tenido claro qué tenemos que hacer (racional),
pero no lo hemos hecho por miedo, por vergüenza, por falta de ánimo, etc.
(emocional)?
Está claro que si en las situaciones difíciles son las
emociones las que nos permiten salir airosos, deberemos conocer mucho más la
inteligencia de las mismas, para poder afrontarlas con éxito. Si nos fijamos,
las emociones son como impulsos que nos llevan a actuar en uno u otro sentido;
son como el empujón que nos lanza hacia delante. Quizás por ello la palabra
emoción viene del latín movere, «moverse», que con el prefijo «e»
le da el sentido de «moverse hacia», una tendencia a la acción.
Una de las maneras para entender mejor la Inteligencia Emocional
es a través de las habilidades prácticas que se desprenden de la misma, que son
cinco. Podemos clasificarlas en dos grupos: las de la Inteligencia
Intrapersonal (internas, de autoconocimiento) y las de la Inteligencia
Interpersonal (externas, de relación con los demás
individuos).
1. Habilidades de la Inteligencia
Intrapersonal
a) La autoconciencia. Es
el primer paso, imprescindible en todo proceso de mejoramiento personal, ya sea
físico, emocional, mental o espiritual. Es la capacidad de saber de manera
objetiva qué está pasando en nuestro interior; en concreto, en el tema que
tratamos hoy, qué estamos sintiendo. Es más fácil decirlo que hacerlo, ya que
en la formación académica actual no hay ninguna asignatura que nos haya formado
al respecto. Solemos confundir las emociones y las más de las veces, si nos
preguntan «¿qué sientes?», respondemos: «no sé explicarlo, una opresión en el
pecho, un nudo en la garganta, sudores fríos, el corazón acelerado…» Es decir, la
resultante física que provocan los estados emocionales.
Si la emoción es una fuerza que te mueve a actuar, y no
sabemos identificar las emociones, no sabemos hacia dónde va nuestra vida;
simplemente, un día nos encontramos bien o mal, animados o desanimados,
hundidos o desesperanzados, y no sabemos por qué. Somos esclavos de la marea de
pasiones, instintos y emociones descontroladas, sin saber cuándo empezaron, qué
las alimentó y a qué puerto nos llevan. Conocerlas, identificarlas en nosotros
mismos, es el primer paso.
b) El control emocional. Las emociones son humanas. Humano es «pre-ocuparse», es
el sentido de responsabilidad, y luego pasamos a la acción, a «ocuparnos».
Humano es un poco de miedo, pues nos hace estar alertas a lo inesperado, pero
luego nos lanzamos con valor a conquistar nuevas metas. Humano es desanimarse
ante un fracaso, si luego, con más experiencia y humildad, nos levantamos y
volvemos a intentarlo una y otra vez. Estos son pequeños ejemplos de control
emocional.
En la primera habilidad hablábamos de reconocer las
emociones, que diariamente y por ser humanos se manifiestan constante y
espontáneamente. El problema vendría cuando la emoción que asoma su cabeza para
movernos hacia algún lado, no se reconoce y controla a tiempo, cuando todavía
no ha cogido fuerza. En este caso podríamos comparar la emoción con un
torrente, que mientras nosotros canalizamos su caudal hacia el mejoramiento, el
crecimiento, hacia lo positivo, nuestra vida es feliz, armónica y equilibrada.
Pero cuando el torrente se nos escapa de las manos, lo que fue una pequeña
preocupación descontrolada, puede ser una obsesión imparable que arrastra
nuestras vidas y a todo el que se cruza con nosotros. Lo mismo con un pequeño
miedo transformado en pánico o un pequeño desánimo transformado en depresión
profunda y desesperanza. Así, el control emocional es la habilidad de regular
la manifestación de una emoción y/o modificar un estado anímico y su
exteriorización.
c) La Automotivación. En realidad, esta habilidad participa de las
habilidades intrapersonales y las interpersonales, en el sentido de que podemos
hablar de la capacidad de automotivarnos y la capacidad de motivar (saber
motivar a otras personas). Como indica la misma palabra, motivar es la
capacidad de encontrar un motivo para emprender una acción. Emoción y motivar
derivan del verbo latino movere que, como ya dijimos significa «moverse», «poner en
movimiento», «estar listo para la acción». Así, motivarse o motivar, es
encender las emociones que te predisponen a actuar, que generan una
predisposición general que dirige el comportamiento hacia la obtención de un
fin.
Este motor suele ser el deseo. Es hacer deseable el fin.
Para unos será el mejoramiento personal, para otros empresarial, conseguir
pareja, sacar unas oposiciones, o, simplemente, la felicidad. Estar motivado
saca todo nuestro potencial emocional y nos lanza con entusiasmo a conquistar
hasta los mismos imposibles. La motivación es el combustible que nos permite
llevar a cabo lo que nos proponemos, es la clave de cualquier logro y progreso.
Las personas motivadas tienen empuje, determinación y resolución.
2. Habilidades de la Inteligencia
Interpersonal :
a) La empatía. Se
trata de la habilidad de reconocer qué están sintiendo otras personas, podernos
poner en su lugar y ver las cosas desde su perspectiva. De nuevo podemos decir
que esta habilidad será imposible si previamente no sabemos reconocer las
emociones en nosotros mismos, primera de las habilidades. Cuando desarrollamos
la empatía somos capaces de reconocer las emociones de los demás, cuán fuertes
son y qué cosas las provocan. Esto es difícil para algunas personas, pero en
cambio, para otras, es tan sencillo que pueden leer los sentimientos ajenos
como si se tratase de un libro.
Esta habilidad tiene un peligro, por un lado, y es un
arma mágica por otro. Como la empatía involucra nuestras propias emociones (por
eso entendemos los sentimientos de los demás, porque los sentimos en nuestros
corazones), tiene el peligro de dejarnos atrapados en la corriente negativa de
las emociones ajenas. Cuántas veces no nos habrá pasado que nos preguntamos
«¿por qué me siento mal, desanimado?». Y si reflexionamos, recordamos la
conversación con nuestro/a compañero/a de trabajo, que compartió con nosotros
su último fracaso de pareja. Nos pusimos tanto en su lugar, compartimos tanto
su tristeza y desesperación, que nos la hemos llevado con nosotros a casa.
Las emociones se contagian, por lo que hay que estar muy
atentos a lo que dejamos penetrar en nuestro interior y a las consecuencias que
ello puede acarrear. Es inteligente, pues, compartir con los demás las mejores
emociones de nosotros mismos y así contrarrestar la avalancha de emociones
negativas, de catástrofes, violencia, fracasos, etc.
Pero como decíamos, la empatía es una maravillosa
herramienta que incluye la comprensión de las perspectivas, pensamientos,
deseos y creencias ajenos. Es el principio de la tolerancia, la solidaridad y
del altruismo, elementos que a la vista del noticiero diario brillan por su
ausencia. En un mundo en donde convivimos culturas tan diferentes, tantas
religiones, tantas naciones, y, en definitiva, tantos individuos, con su propia
cosmovisión, hace falta mucha empatía para no volverse un prepotente y soberbio
egocéntrico que cree que todos deben pensar, sentir y actuar como él. El
respeto a los demás incluye el que pueden tener puntos de vista diferentes,
mejores o peores. Y no hablamos sólo de la actualidad; cuando investigamos
culturas que nos han precedido en el tiempo, como La India , Egipto, China, con su
propia cosmovisión, con su ciencia, su filosofía, su arte, su mística, a veces
también cometemos el mismo error que con nuestros contemporáneos: medirlos por
nuestra forma de pensar, sin introducirnos en su mundo, en su filosofía, en lo
que sentían y pensaban, en el propio centro de su cosmovisión.
b) Las habilidades sociales. Se trata de las habilidades necesarias para llevar a cabo
unas buenas relaciones humanas, y éstas las tenemos en todos lados, en la
familia, con los amigos, en el trabajo, en nuestros hobbies, etc. Son la
capacidad de persuadir y dirigir, negociar y resolver disputas, de
cooperar y trabajar en equipo. Son una suma de todas las anteriores,
aplicadas a la búsqueda de la concordia, del buen ambiente, de la
cooperación, la unión, la solidaridad, etc., que nos permiten contribuir a
construir juntos los ideales comunes a todos, acrecentar las cosas que nos unen
sobre las que nos separan, colaborar, aunar esfuerzos, convivir dignamente.
Cuando enfoco este tema tan importante para todo ser
humano, me es inevitable pensar en un elemento significativo de la película La Historia Interminable :
el reino de Fantasía estaba desapareciendo y para que volviera a resurgir había
que ponerle un nuevo nombre a su emperatriz. Y es que Inteligencia Emocional es
un nuevo nombre que le hemos puesto a algo muy viejo, que también estaba
desapareciendo del mundo académico. No viejo por lo viejas que son las
emociones, inherentes al hombre desde que es hombre, sino porque el estudio y
sistematización de estas habilidades también es muy antiguo. Desde las
prácticas enseñanzas de Confucio y la filosofía Zen, hasta los ricos y amplios
Diálogos de Platón, pasando por la refinada filosofía inda y egipcia,
encontramos en sus textos un rico desarrollo del mundo emocional, de sus leyes,
sus habilidades y de cómo conquistarlas para fruto individual y colectivo. Se
trata de lo que siempre fue la ciencia del Alma, que formaba parte indivisa de
la educación de los niños y que no tenía otro fin que el dominio del
maravilloso Arte de Vivir.
Antonio Marí
No hay comentarios:
Publicar un comentario