CARTA DE UNA ADOLESCENTE
Me enseñaron a avergonzarme
de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos. Me enseñaron que lo que pienso
es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio. Y aprendí a
no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara
algo mejor. Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que
alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno. Y aprendí a no perseguir lo
que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era
inapropiado. No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a
la vergüenza ajena. Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no
vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a
escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en
mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar (me) lo sin miedo. Y aprendí a consultar
con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me
pasa por la cabeza, y se enterara la gente. Y dejé de bailar, de reír a
carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo
que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de
ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme,
de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen
que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de
decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar
orgullosa, de admitir que estoy asustada. Y, a base de sentirme cada día más
avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la
vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi
sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó
sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con
la cara sin lavar, animándome a hablar y a ignorar las cosas que me deberían
avergonzar. Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada
viviendo...
Publicado por Rosa Hernando Salinas y Agustín Obispo Perea
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